FH: Por aquel entonces los días para nosotros eran tan inhóspitos (por todas las agresiones que vivíamos), que empecé a desear que llegara el momento de poder dormir. Para evadirme, por la vía del sueño, del mundo en el cual estaba viviendo. Es una experiencia que me asombró mucho, en el calabozo, porque pensé que nunca podía ser posible algo así, durante años. Que un ser humano deseara desaparecer para no vivir la crudeza de lo que estaba viviendo. Cada mañana, cada despertar, era un nudo tenaz en la boca del estómago.
MR: El sueño era reintegrarse a la vida, y el despertar, la pesadilla.
FH: Cada amanecer era esperar y calcular qué cosas nefastas nos iban a pasar ese día.
MR: Los sueños son tan cretinos, que a veces ni en sueños, a mí por lo menos - me aflojaban; soñaba que la puerta se abría, que entraban, me embolsaban. Restos diurnos, Ñato.
De "Memorias del Calabozo" - Mauricio Rosencof, Eleuterio Fernández Huidobro
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